El objeto de la profecía bíblica no es la Iglesia, ni Israel, ni las naciones gentiles de esta tierra, aunque tanto Israel como las naciones serán bendecidos como consecuencia de la realización de los propósitos de Dios. El objeto de la profecía es el Señor Jesucristo. "El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía", Apocalipsis 19.10. La profecía trata de la tierra por ser el lugar que Dios ha escogido para realizar su propósito tocante a su Hijo. Por consiguiente, Israel y las naciones (cuyo destino es terrenal) están en la mira en la profecía, pero en sí no son su objeto. La profecía no ha sido dada para meramente satisfacer el intelecto humano en materia de acontecimientos futuros, sino para traer gloria, honra y alabanza a nuestro Señor Jesucristo. Al leer los escritos proféticos, debemos estar atentos a lo que el Espíritu de Dios está exponiendo en cuanto a Cristo y la gloria suya. Muchos cristianos leen la Palabra de Dios para ver qué dice Dios acerca de ellos, y aseguradamente El dice mucho sobre nuestro andar. Pero la verdad es que debería interesarnos lo que dice acerca de su amado Hijo y lo que le corresponde a Él, ya que la gloria suya es la clave para comprender las Escrituras y luego ver su aplicación a nosotros. Lucas 24.25 al 27,44, Juan 5.39, Hechos 17.2, 3,11, 1 Pedro 1.11.
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