Si nuestros antepasados, durante sus primeros 190 mil años de existencia, no conocieron ni pobreza ni desocupación, ¿por qué, ahora, viviendo en una economía de abundancia, somos presas de estas pestes y de sus efectos perversos como la corrupción y la violencia? Desde hace diez mil años que la pobreza corroe nuestra sociedad y desde hace cinco siglos que desperdiciamos lo más importante del ser humano: su capacidad de trabajo y de creación de riquezas. El autor nos advierte que la solución consiste en crear un nuevo sector en nuestra economía de mercado, que permita el desarrollo de todas las personas en igualdad de oportunidades.