Basta con coger el periódico para darse cuenta de la gravedad del problema de la violencia en la sociedad actual. Aunque la incidencia de los comportamientos violentos en Estados Unidos ha disminuido considerablemente en los últimos años, sigue habiendo un 80% de probabilidades de que una persona sea víctima de un delito violento a lo largo de su vida. Aún más preocupante es la tendencia al aumento de la violencia entre los más jóvenes. Después de cada tiroteo en una escuela, los medios de comunicación se llenan de expertos que intentan explicar cómo y por qué los adolescentes con problemas se vuelven violentos. Gran parte de lo que dicen es el resultado de la investigación sobre la psicobiología de la agresión, un campo que recientemente ha experimentado muchos avances en la identificación de los correlatos del comportamiento violento. Algunos investigadores afirman que cada vez estamos más cerca de predecir mediante un escáner cerebral o un análisis de sangre si una persona corre el riesgo de cometer un acto violento. Dejando a un lado las complicaciones éticas, un análisis más detallado de la neurobiología de la agresividad muestra por qué es poco probable que encontremos una prueba concluyente para detectar un posible comportamiento violento. Aunque hay muchos factores biológicos asociados a la agresividad, su valor predictivo sigue siendo bastante bajo.
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