Desde la aparición del hombre en la tierra, la humanidad ha evolucionado de forma considerable en un gran número de ámbitos, de hecho, en los últimos tres millones de años, nuestro cerebro prácticamente ha cuadruplicado su tamaño respecto del de los mayores simios (Rilling, 2006). Sin embargo, en el campo de las emociones, da la sensación de que ha cambiado el entorno pero la esencia de la emoción sigue manteniéndose inalterada desde hace más de una centena de millones de años. Ante situaciones cotidianas, parece como si siguiésemos respondiendo conforme a códigos heredados filogenéticamente. Una cuestión que se podría plantear sería si la experiencia adquirida por el individuo podría modificar o desarrollar estas habilidades emocionales innatas. Si se restringe esta reflexión al ámbito de la expresión emocional, la cuestión sería si la experiencia es un factor clave a la hora de mejorar en el reconocimiento de las expresiones emocionales. En concreto, este aspecto puede ser de especial interés en profesiones relacionadas con la seguridad pública que lidian a diario con este tipo de emociones.