La religiosidad colonial en poblaciones tradicionales como la nuestra aún se pone en práctica, legitimando en un aspecto el poder que ostenta el discurso religioso, que sería en sí el fundador de ideales, costumbres y tradiciones, que modificaron el imaginario colectivo y urbano de los pueblos y que se han ido replicando con el pasar de los años. Todas estas creencias han sido reinventadas de los rituales que se conjuraron con las actividades ancestrales solares andinos como La Procesión de Jesús del Gran Poder, cuyo ritual posee una doble significación para los habitantes de Quito. De esta manera, la religiosidad popular razonada como forma de manifestación cultural impuesta, es acogida y transpuesta por la cultura popular simbolizada en el imaginario de los sujetos para tratar de explicar y dar sentido a su memoria, tradición e identidad.