La verdad, en su forma más pura, es tan escurridiza como peligrosa, un espectro que se oculta en los rincones más oscuros de la mente y de la sociedad. Para Sebastián Calderón, detective de homicidios curtido en los casos más enrevesados, la verdad es una obsesión y un rompecabezas perpetuo. Su instinto, afinado tras años de enfrentar lo peor de la humanidad, lo ha convertido en un cazador incansable de respuestas. Pero en su oficio, ha aprendido que esas respuestas nunca son simples, que las piezas que parecen encajar con precisión a menudo revelan grietas cuando las miras de cerca, y que las certezas se desvanecen cuando más necesitas aferrarte a ellas. La ciudad en la que ha crecido y que ha llegado a conocer mejor que su propia sombra es un monstruo bifronte. De día, es un lugar donde la justicia parece regir, donde las normas y las leyes se hacen cumplir, y donde la gente sigue sus rutinas con la confianza de que todo está bajo control. Pero Calderón sabe que esa luz sólo ilumina la superficie. Bajo la tranquilidad aparente, en las sombras que se esconden entre callejones y despachos cerrados, las mentiras fluyen como un río subterráneo, contaminando todo lo que tocan. Son las mentiras las que alimentan el poder real en la ciudad, las que se usan para manipular, chantajear y, en última instancia, destruir. Y Calderón ha visto de cerca cómo esas mentiras son mucho más venenosas de lo que cualquier verdad podría ser. Lo que comienza como un caso más en su expediente -el asesinato de un alto funcionario del gobierno- rápidamente se convierte en un juego mortal. Al principio, parecía una muerte violenta como tantas otras que ha investigado. Sin embargo, algo en los detalles de la escena del crimen y en el comportamiento de los involucrados lo inquieta. Las pistas, que en un caso típico formarían un camino claro hacia el culpable, se disuelven frente a sus ojos como arena entre los dedos. Las declaraciones de los testigos se contradicen entre sí, los archivos están incompletos o alterados, y las personas que deberían colaborar con la investigación parecen ocultar mucho más de lo que revelan. A medida que se adentra en el caso, Calderón descubre que las capas de mentiras no solo cubren el asesinato, sino que se extienden como un laberinto a cada rincón del sistema. Las conexiones entre políticos, empresarios corruptos y facciones del crimen organizado no son accidentales; forman una red cuidadosamente tejida para proteger a los poderosos. Cada puerta que abre lo lleva a más preguntas, cada respuesta que consigue lo empuja más lejos de la claridad que busca. Los que están en el centro de este laberinto no tienen intención de dejar que Sebastián descubra la verdad, y están dispuestos a destruirlo si es necesario para proteger sus secretos. El laberinto no es solo físico, es mental y emocional. La conspiración parece tener tantas capas que Calderón comienza a cuestionar su propio juicio. ¿En quién puede confiar realmente? ¿Está siguiendo las pistas correctas o lo están guiando hacia su propia destrucción? La incertidumbre empieza a consumirlo, y mientras lucha por mantenerse firme, las amenazas contra él y quienes lo rodean se vuelven más evidentes y letales. Atravesar este laberinto no solo pondrá a prueba la brillantez analítica de Sebastián, sino también su resistencia emocional y física. En un juego donde las máscaras se caen, pero la verdad se vuelve más esquiva con cada revelación, su misión ya no es solo resolver el crimen. Ahora debe salvar su propia vida. Porque en este oscuro juego de poder, donde la mentira se convierte en una prisión, la búsqueda de la verdad puede ser la condena definitiva. Calderón está por aprender que a veces, descubrir lo que se esconde en las sombras puede costar más de lo que uno está dispuesto a pagar.
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