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Cuando concurren ciertas circunstancias, pocos momentos hay en la vida que resulten más gratos que esa hora que se dedica a la ceremonia conocida como el té de la tarde. Hay circunstancias en las que, tanto si uno toma té como si no ¿y, por supuesto, hay gente que jamás lo hace¿, la situación resulta placentera por sí misma. Aquellas que tengo en la mente al iniciar la narración de esta sencilla historia hacían que el escenario de tan inocente pasatiempo resultase digno de admiración. Los elementos del ligero refrigerio habían sido colocados sobre el césped de una antigua casa solariega…mehr

Produktbeschreibung
Cuando concurren ciertas circunstancias, pocos momentos hay en la vida que resulten más gratos que esa hora que se dedica a la ceremonia conocida como el té de la tarde. Hay circunstancias en las que, tanto si uno toma té como si no ¿y, por supuesto, hay gente que jamás lo hace¿, la situación resulta placentera por sí misma. Aquellas que tengo en la mente al iniciar la narración de esta sencilla historia hacían que el escenario de tan inocente pasatiempo resultase digno de admiración. Los elementos del ligero refrigerio habían sido colocados sobre el césped de una antigua casa solariega inglesa, en lo que yo calificaría como el momento perfecto, en mitad de una espléndida tarde de verano. Parte de dicha tarde ya había transcurrido, pero todavía quedaba mucha por delante, y lo que restaba era de una calidad única e insuperable. El crepúsculo de verdad tardaría muchas horas en llegar; pero la intensidad de la luz estival había comenzado a disminuir, el aire se había vuelto sedoso, las sombras se alargaban sobre la hierba suave y tupida. Crecían con lentitud, sin embargo, y la escena transmitía esa sensación del deleite anunciado que tal vez sea la principal fuente de placer al presenciar un momento así a una hora como esa. De las cinco a las ocho de la tarde transcurre en ciertas ocasiones una pequeña eternidad; pero en una como la que nos ocupa dicho intervalo no puede ser otra cosa que una eternidad de placer. Las personas allí presentes disfrutaban con calma de dicho placer, y no eran miembros del sexo al que se supone que pertenecen los devotos incondicionales de la ceremonia que acabo de mencionar.
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