Para comprender tanto el espíritu tradicional como la civilización moderna, en tanto que negación de este principio, es preciso partir de la base fundamental constituida por la enseñanza relativa a las dos naturalezas. Hay un orden físico y un orden metafísico. Existe la naturaleza mortal y la naturaleza de los inmortales. Existe la región superior del ''ser'' y la región inferior del ''devenir''. De forma general, existe un visible y un tangible y, antes y por encima de éste, un invisible y un intangible, que constituyen el supra-mundo, el principio y la verdadera vida. Por todas partes, en el mundo de la Tradición, en Oriente y Occidente, bajo una u otra forma, este conocimiento ha estado siempre presente como un eje inquebrantable en torno al cual todo lo demás estaba jerárquicamente organizado. Decimos conocimiento y no ''teoría''. Cualquiera que sea la dificultad que experimentan los modernos para concebirla, es preciso partir de la idea que el hombre de la Tradición conocía la realidad de un orden del ser mucho más vasto que el que corresponde generalmente, hoy, a la palabra ''real''. Hoy, en el fondo, no se concibe más ''realidad'' fuera del mundo de los cuerpos situados en el espacio y el tiempo. Ciertamente, algunos admiten aun hoy la existencia de algo más allá de lo sensible, pero, de hecho, es siempre a título de hipótesis o de ley científica, idea especulativa o dogma religioso, no superando, en realidad, el límite en cuestión: prácticamente, es decir, en tanto que experiencia directa, cualquiera que sea la divergencia de sus creencias ''materialistas'' y ''espiritualistas'', el hombre moderno normal no forma su imagen de la realidad más que en función del mundo de los cuerpos.
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