Muchas universidades y sus docentes esperan que los aprendizajes de los estudiantes se consigan a partir de la expresión del intelecto, del raciocinio, del análisis y otras manifestaciones cognitivas. Sin embargo, ¿alguna vez se han ocupado en conocer con meridiana profundidad lo que sus estudiantes sienten en clases? ¿los catedráticos habrán evaluado alguna vez su desempeño profesional a partir de lo que la emocionalidad de sus alumnos le han hecho saber? ¿les han ofrecido la oportunidad de expresar sus emociones en la sala de clases? Durante casi una década me aboqué a conocer lo que los estudiantes sienten en clases y permitir que lo expresaran en sus cuadernos, pues me asiste la convicción que el transitar por la universidad para cada estudiante es una oportunidad para construir su destino y su vida, y en este andar, la expresión de emociones representa un aspecto fundamental en el proceso de aprendizaje para la vida, pues, finalmente, no hay aprendizaje sin emoción.
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