La depresión es el trastorno mental más prevalente en muchos países del mundo y se asocia con deterioro funcional y altas tasas de morbilidad y mortalidad. La depresión y los trastornos depresivos son frecuentes en el conjunto de la población y especialmente entre las personas mayores. En la población anciana, la depresión se encuentra entre las enfermedades crónicas más frecuentes que aumentan la posibilidad de desarrollar discapacidad funcional, afectan a la calidad de vida, incrementan los costes económicos, sobrecargan los servicios sanitarios y pueden conducir al desenlace más grave de la enfermedad, el suicidio. Por otro lado, la presencia de comorbilidades y el uso de polifarmacia, comunes entre los ancianos, hacen que el diagnóstico y el tratamiento de la depresión sean aún más complejos. De esta forma, se observa la importancia de la detección precoz de los síntomas depresivos en el anciano en el ámbito hospitalario, ya que la presencia de estos síntomas puede ser responsable de la pérdida de autonomía y del empeoramiento de las condiciones patológicas preexistentes, así como del riesgo de suicidio.
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