Spinoza no hace renegar al hombre de su condición humana. Lo hace atender a aquello que no obstante es su naturaleza misma, lo atraviesa y va más allá de él: quizá la fuerza y la sostenida vigencia de su pensamiento radica en ello. Como los filósofos mayores de la tradición conquista, cultiva y asegura (desafiando el ciego odio de los tiranos de su tiempo) una inmanencia y una escucha por la que el hombre construye su propio carácter. Spinoza, a fuerza de ahondar en la propia potencia del hombre, descubre la vida y el amor que son tanto su fundamento, como el alimento infinito e indispensable que nutre su libertad. En ello se cifra aquello que es divino en el hombre. En ello radica también la preocupación spinoziana de elaborar una ética, siéndole fiel así, a la vieja y noble tarea del filosofar.