De la misma manera que las cicatrices personales, siendo un indicativo de la existencia que hemos sobrellevado, no deciden nuestro destino, los contextos pueden condicionar concepciones, perspectivas, creencias y anhelos, pero nunca las determinan unívocamente. La finalidad de la educación ha de ser elevar, no complacer, armonizando lo firme y lo cambiante en la persecución de sus objetivos. Un estudiante universitario no es un ser hueco a la espera de resultar configurado desde el exterior; tampoco es alguien al que deba obligársele al conocimiento de los hechos y al desconocimiento de lo que acontece en la realidad. Y, más concretamente, un estudiante de Teoría de la Educación -en cuanto que Teoría del Conocimiento Pedagógico en su sentido más amplio- no debe quedar ensombrecido por la presentación de una interminable variedad de lo mismo. Éste es el desafío al que debemos enfrentarnos constantemente como docentes.
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