ÉRASE UNA VEZ UN PRÍNCIPEAL BORDE DEL PAÍSSe han llevado los espejos, el fonógrafo y los discos de Vivaldi que tanto amaba el rey. Se han llevado también a la princesa, mis súbditos más fieles y el baúl con los versos que la reina escribió. Ahora en los salones nadie baila. Nadie recibe misivas. Nadie aplaude los sueños más dulces del bufón. No debiera decirlo, pero el rey ha perdido lucidez. Apenas oye. Apenas habla. Apenas hace el amor a las doncellas. Ya no sabe cómo estar consigo mismo, cómo mirar a la reina sin avergonzarse, cuando el mása puesto de los mancebos le ciñe la corona susurrándole violines al oído. Fue la princesa quien robó su memoria. Este cuerpo arqueado y febril bajo las sábanas como una uva henchida que aguarda y se derrama. En qué ojos. En qué labios verterá su miel esta uva cortesana y migratoria. Con los versos de la reina se fugó el insomnio: ese puñado de cisnes melancólicos que hacían creíbles las locuras del rey.