Nada lleva el sello de la eternidad en X. Zubiri, pero tampoco el de la moda, la erudición y la ortodoxia de escuela. Y si bien es un filosofar que desde sus inicios tiene conciencia de haber roto amarras con la modernidad, la postmodernidad de X. Zubiri está muy lejos de justificar la razón de los poderosos y sus pretendidos bienes universales. Una ética primera de raigambre zubiriana se muestra apta para alcanzar la universalidad escrupulosamente podada de todo etnocentrismo, de teorías metafísicas y de consensos amparados en formas de vida excluyentes, sin tener que dar la última palabra a las tradiciones humanas y sin abdicar prematuramente de toda esquirla de verdad. Este vigor ético del ejercicio filosófico zubiriano en parte puede explicarse porque su pensamiento, lejos de un aparente esoterismo, toca los intersticios mismos del debate ético contemporáneo y porque su método nos lleva a clavarnos el propio aguijón de la crítica, sin renunciar tampoco dogmáticamente a que eneste ejercicio se desprendan algunas esquirlas orientativas. Nuestro siglo empieza a ser testigo de la productividad de este modo de hacer filosofía.
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