La casa parece ser una palabra obsoleta para millones de personas alrededor del mundo. En 2015 más de 1 millón de migrantes y refugiados cruzaron hacia Europa provenientes sobre todo de Medio Oriente y de África. En el 2016 el Observatorio de Desplazamiento Interno reportó 31.1 millones de personas que, debido a catástrofes naturales o guerras civiles, abandonaron su hogar pero no cruzaron ninguna frontera y que, sumados a los 21.3 millones que sí salieron de su país, dan un total de 52.4 millones de hombres y mujeres, niñas y niños, jóvenes y adultos. Todos ellos fueron despojados de su casa y ahora sobreviven en un país y una ciudad muchas veces hostil y poco hospitalario. Si a esto añadimos que no toda casa es una casa en el sentido de que frustra tanto la viabilidad de la convivencia como el desarrollo de capacidades y cumplimiento de objetivos personales, podríamos concluir efectivamente que la posibilidad de habitar plenamente un espacio es cada vez más difícil.