Más allá de la dualidad, donde dos más dos no son cuatro, Torcuato se trasformó en el ave fénix de fuego, y entre las cenizas del tiempo, se remontó a lo infinito, más allá de las nubes, era uno con el universo, se extasiaba de ver mundos y planetas. La tierra radiante de armonía emitía un sonido melodioso de libertad flotando en el espacio. Que inmensidad, que poder divino, invisible, sostenía el equilibrio, la armonía de los mundos, de los universos, y más allá.
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