Las mujeres indígenas de Cuetzalan al organizarse para promover proyectos productivos, se enfrentaron no sólo con cuestiones sobre cómo mejorar su vida, sino también con órdenes culturales de género en el ámbito doméstico, comunitario, así como en las cooperativas, planteando el reto de cambiar aquellos elementos de la costumbre que las excluye y subordina. El libro analiza como desde estas experiencias, las mujeres vieron en la práctica de la justicia un medio para la negociación y transformación de las normatividades sexo-genéricas. En especial se revisa el caso de la Casa de la Mujer Indígena de Cuetzalan, integrada por mujeres indígenas nahuas de la región, quienes a través de su participación en casos de disputa en instancias de justicia tanto indígenas como mestizas, han conseguido discutir los roles masculinos y femeninos alcanzando acuerdos que favorezcan la posición de las mujeres. Si bien esta puesta en debate se concibe como una transgresión al deber ser asignado culturalmente a hombres y mujeres, su intervención ha empezado a generar cambios en las relaciones de poder y dominación imperantes, principalmente dentro del hogar.