Una voz en este libro espera que el invierno neoyorquino pase tan rápido como la historia de Cuba. Ha llegado por primera vez a Manhattan o a Brooklyn y, antes de hacer silencio en los museos, se ha puesto a hablarle una carta de amor a la voz de otra. Tiene suerte para las orejudas porque han sido orejudas las mujeres de su familia. Está falta de Heidegger, dice. Lleva una llave entre sus senos como las viejas esconden siempre una verruga. La llave de aquella casa, es lo que dice. Llave que podría ser la del portón de Heidegger, en la Morada del Espíritu. En el lenguaje: esa palabra, transtución, que no encuentran los buscadores. Pero que es verbo en pasado y, por tanto, corre ya. Transtucé. Las voces de Legna Rodríguez Iglesias en este libro son para Magali Alabau, poeta exiliada desde hace muchas décadas, orejuda. Heidegger, que fue Magali, se lee en una de sus páginas. Legna transtuce. (Antonio José Ponte)
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