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El Islam y el cristianismo son religiones abrahámicas arraigadas en la cultura patriarcal y en las creencias relativas a la sexualidad femenina. Ambas religiones han conseguido demonizar y explotar la sexualidad femenina a través de la hermenéutica patriarcal; la explotación sexual y la visión demoníaca de la sexualidad femenina. Las religiones abrahámicas tienen en común la construcción de la demonización y la explotación de la mujer a partir de mitos etiológicos y de la carta que hacen que la mujer parezca inferior y peligrosa para el hombre. Por ejemplo, en la Biblia se presenta a las mujeres como naturalmente serviles a los hombres, afirmando que fueron creadas para mejorar a los hombres y que son la fuente de las desgracias que les ocurren a los hombres, mientras que en el Corán; no sólo se las ve como medios para el fin de los hombres, sino que se les impide determinar sus propios objetivos y funciones. Por esta razón, Stearns concluye, al hablar de las mujeres en el islam, el cristianismo bizantino y el cristianismo occidental, que tanto el islam como el cristianismo se enfrentan a una gran tensión de principio, ya que las mujeres no sólo son consideradas inferiores a los hombres, sino que también son propensas al mal si no se las amordaza.