De la mano de los nuevos relatos una promisoria ilusión interpela a la escuela. Las actuales exigencias imponen el reconocimiento de las identidades postcoloniales (negro, chicano, mujer, discapacitado) y reivindican el sueño multicultural. Luego de la caída de los experimentos neoliberales, el multiculturalismo colorea los discursos oficiales mientras la pobreza extrema, la desigualdad y la violencia obscurecen el paisaje inclusivo e inquietan al espíritu integrador. En dicho ámbito, el maestro se extravía y confunde. Queda huérfano de referencias aunque intuye que él también debe disfrazar sus prácticas. Las nuevas designaciones y eufemismos -inclusión, diversidad-, tozudamente entonados y difundidos, constituyen el ropaje de ocasión con que disimula su orfandad. No sorprende, en dicho contexto, que el psicoanalista o el filósofo sean las figuras convocadas para el nuevo ordenamiento. En los talleres de la deconstrucción, un diván colectivo será ofrecido al maestro para que hable de sus fracasos y confiese sus sufrimientos, mientras nada cambia en el horizonte de la escuela es decir, su política más allá de su enunciación.