El relato que sigue a estas no bien hiladas palabras trae aventuras contadas dentro de una técnica realista que busca, como dijera Mario Vargas Llosa, "acortar la distancia que separa la ficción de la realidad y, borrada esa frontera, hacer vivir al lector aquella mentira como si fuera la más imperecedera verdad, aquella ilusión la más consistente y sólida descripción de lo real"; tal como le pasó a Miguel de Cervantes Saavedra cuando escribió El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, quizás la más grande novela" que han visto los siglos pasados y esperan ver los venideros", de tal manera que ahora conscientemente o inconscientemente pensamos que don Quijote anduvo por nuestros caminos terrosos y hasta vino a morir cerca de nosotros como lo imaginaran los poetas Guillermo Valencia y Rafael Maya quienes le "dieron" muerte, sepultura y epitafio en Popayán. Se cuenta que hace años, cuando epopeyas y novelas se leían en las veladas familiares, muchas veces las mujeres lloraban a lágrima viva la muerte o la desgracia de algunos personajes muy bien representados en los libros. El protagonista y otros personajes de "un Oscar para la libertad" no escapan a lo que afirmaba Milan Kundera ser la novela: "La gran forma de la prosa en la que el autor, mediante egos experimentales (personajes), examina hasta el límite algunos de los grandes temas de la existencia". Oscar, el protagonista, es un hombre que ama a todas las mujeres, busca placeres y aventuras, conoce a mucha gente importante, viaja compulsivamente y, luego de sortear múltiples escollos, se refugia en un pequeño pueblo de Colombia, pintoresco, pacífico y complaciente como preámbulo al hallazgo de la libertad, que, al fin, viene a encontrarla en inmensa y misteriosa playa.
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