Una artista del hombre son dos novelas diferentes: una novela familiar y una novela de época. Por eso el lector va a conocer, en su primera parte, un verdadero relato sobre los orígenes. Y en su segunda parte, una novela política, la narración de una aventura acosada y vigilada. Hay en este libro sentimentalismo y mordacidad, y a esta última le cabe operar en el lenguaje por medio de la parodia: parodia de los eslóganes oficiales, de los lugares comunes del discurso de las amas de casa, de la retórica intelectual. Los personajes acaban siendo roles de una comedia sublime y patética. Esta es más que una novela autobiográfica. Es también la novela de una época y, como otras roman à clef, la novela de una generación. Hace del lector un voyeur que se interroga sobre hasta dónde está presente en ella la historia real. Tiene por eso el sabor y la precaria satisfacción del chisme incompleto. Como toda roman à clef, hace del lector un cómplice. Recordaremos que en el relato de Kafka el artista del hambre al final pide perdón por haber hecho, de una necesidad perentoria, motivo de espectáculo, pues a él en realidad le era inevitable no ayunar. Tal como él, Poquita Cosa, la artista del hombre, deplora "el transe de tener que revivir para este libro una vida lamentable". Pero no tendríamos esta novela. (Guillermo Loyola Ruiz)
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