La Universidad, antes que un organismo meramente funcional, es una institución social que se construye y de-construye en el magma de las significaciones imaginarias sociales. Como institución socialmente sancionada, se moviliza constantemente en la medida de la movilidad de los imaginarios que en ella se van generando; pero estos pueden también convertirla en un ente paquidérmico que se duerme en sus funciones sin responder a las dinámicas de la vida cotidiana. Su naturaleza es siempre magmática, articulando la polifonía de lo social y psicosomático, en cuya esencia está el Conocimiento y el saber; es en lo profundo de la vida universitaria, donde estos factores esenciales se hacen evidencia cognitiva y sabiduría práctica. No reconocer ese bullicio de lo cotidiano, es enarbolar una universidad lejos de las realidades sociales y de sus procesos de construcción permanente, es signarla en una hondonada que excluye las dinámicas mismas que la hicieron posible, es alejarla de la proximidad de su origen y por tanto, de la posibilidad de participación y compromiso social.