Las vacunas difieren de otros medicamentos en dos aspectos importantes. La primera es que están diseñadas para prevenir la enfermedad, en lugar de tratarla. Para ello, preparan al sistema inmunitario de una persona para reconocer bacterias, virus u otros patógenos específicos causantes de enfermedades. Esta "memoria" puede durar años o, en algunos casos, toda la vida, por lo que la vacunación puede ser tan eficaz, evitando que la gente enferme en lugar de esperar a que aparezca la enfermedad. La segunda es que las vacunas, por su naturaleza, tienden a ser productos biológicos, en lugar de químicos como la mayoría de los medicamentos. Esto no sólo significa que los procesos de fabricación suelen ser más complejos y caros, sino también que tienden a ser menos estables que los productos químicos y más vulnerables a los cambios de temperatura. Por ello, las vacunas deben refrigerarse para mantenerlas dentro de un rango de temperatura específico. El tipo de vacuna determinará la temperatura a la que debe conservarse. La mayoría de las vacunas deben conservarse refrigeradas o congeladas, pero ahora se están desarrollando vacunas intranasales que pueden almacenarse a temperatura ambiente.
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