El título de esta colección poética tiene menos que ver con un patriotismo explícitamente político que con la trayectoria de la asimilación de su autor a las tres culturas representadas. Inmigré a Estados Unidos desde mi Piazza Armerina nativa a los seis años de edad, para corretear en las calles y rascacielos de Nueva York. Mi madre, Salvatrice, y dos hermanos, María y Concetto, tardamos once días en cruzar el Atlántico a bordo del Giulio Cesare para reunirnos con nuestro padre, Filippo, quien había hecho el viaje dos años antes a bordo de la Bianca Mano. A los nueve meses nacería mi tercera y más joven hermana, Roseann, la cual nos serviría simbólicamente para anclarnos ya defi nitivamente en nuestra nueva tierra. No sabiendo la lengua y desconociendo la cultura norteamericana el proceso de asimilación, desde luego, fue lento y no sin sus periódicas peleas y traumas con vecinos y compañeros. No me daba cuenta entonces que estos mismos muchachos con quienes peleaba casi diariamente acabarían más tarde siendo mis más fi eles y queridos amigos; entre ellos Carmine Glorioso que murió, a mi misma edad de diez años, atropellado por un coche mientras cruzaba el Sunrise Highway, en Long Island, Nueva York. Todavía hoy día siento el estrecho y desesperante abrazo de un padre lloroso en la sala del funeral, como si tratara de recuperar en mi cuerpo el cuerpecito destrozado de su propio hijo ante la inevitable realidad de que dentro de pocos días tendría que devolverle a la tierra lo suyo. No haría falta decir que, despecho a mis tiernos diez años de edad, tuve muy serias discusiones con un Dios cuya insensata y arbitraria crueldad no lograba entender en aquella época. Hoy día agradezco a ese mismo Dios la viva presencia de Carmine, cuyo compañerismo espiritual sigue a mi lado y al cual me dirijo frecuentemente en busca de consolación en mis momentos de mayor desolación. Me sentí atraído al español por primera vez en la escuela media. No recuerdo precisamente si fuera a causa de los muchachos que llegaban, como yo anteriormente, a mis clases de otras tierras para sentarse a mi lado, como especies de sordomudos, sin poder entender ni responder a las ruidosas garrulerías que pretendían ser inglés, o simplemente porque el español me sonaba al italiano y, así, a algo por fi n familiar. De todos modos, yo me ponía al servicio de estos chicos traduciendo continuamente entre ellos y los maestros. Mi capacidad como traductor "ofi cial" de la clase me ganó algunas amistades entre los recién llegados de la tierra que habíamos dejado atrás. También ganaba en que estos servicios hacían que me sintiera algo menos extranjero en mi recién adoptada tierra. Terminé la escuela secundaria ya decidido a ser maestro de lenguas extranjeras; más concretamente del italiano y del español. Y así fue. Hoy día soy profesor de lengua y literatura españolas en Villanova University, en Pennsylvania, casado con mi amada esposa Valerie, y con dos espléndidas y bonitas hijas Lauren y Kristen. Despecho a lo que he vivido y sufrido en este nuevo mundo, nunca he tomado por hecho el entrañable reconocimiento de que todo lo que he pensado, sentido y logrado hasta el momento lo debo a esa singular decisión de mis padres de abandonar su tierra nativa para emprender aquel largo viaje a través del Atlántico, en busca de una nueva aunque desconocida suerte en aquella tierra al otro lado del mundo; en aquella tierra de grandes promesas y oportunidades, en estos Estados Unidos de América.
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