En octubre de 2001 el empresario Francisco Macri, padre del presidente actual, declaraba a la prensa que: "Hay que tomar medidas drásticas como estatizar la deuda privada que todo el empresariado argentino ha acumulado". Esta estatización, transfiriendo los pasivos de las grandes empresas al ciudadano, fue usada en la Argentina durante décadas para concentrar ingresos. Llegados a 2018 la historia se repite. Mauricio Macri simultáneamente disminuyó los impuestos a los ricos y las jubilaciones de los humildes. Este ciclo perverso entraña una paradoja: en un régimen de este tipo, cuanto mejor sea la política exterior, peor será la gestión gubernamental, porque sólo servirá para consolidar negocios corruptos adentro y afuera del país. Esta fue la tragedia argentina de los años '90; fue también la de la Rusia de Yeltsin, y es la que se anuncia con el nuevo experimento neoliberal de la Argentina de Macri. El realismo periférico, que es la mejor política exterior, sólo genera daños si ayuda a consolidar políticas internas perversas. Deng Xiaoping, precursor chino de esta doctrina argentina, pudo evitar esta trampa gracias a sus patrióticas políticas internas de realismo social.
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