¡Eran órdenes que no podía eludir!
Y soltando un reniego en portugués, como solo un brasileño sabía hacerlo, preparó su equipo y abandonó su confortable apartamiento instalado en el piso ciento dos del edificio «Mercury».
Un autogiro, que tomó en la estación aérea de la Primera Avenida, le condujo en pocos minutos al campo de experimentación interestelar de Araguai.
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