El modo de producción capitalista, la expansión colonial y el afianzamiento del Estado, concebido como consagración de la razón moderna, se entrelazan con un orden lingüístico-conceptual destinado, entre otras cosas, a imponer una forma particular de legitimidad habilitante de nuevas intervenciones. En el plano teórico, la legitimidad del conocimiento se funda en la validez de un método sustentado en formalismos lógicos y evidencias empíricas. La teoría del conocimiento primero, y la epistemología después se constituyen así en discursos del orden, es decir, discursos destinados a prescribir los pasos necesarios para la producción de verdades a través de diversos procedimientos de normalización de los sujetos. Precisamente, si nos detenemos en este punto, advertimos la relevancia de las ciencias denominadas "sociales". Frente a una concepción heredada y aún hoy hegemónica en sus supuestos más generales, que presenta a la ciencia como conocimiento privilegiado por su interno vínculo con la verdad, por la necesidad de sus resultados y la inevitabilidad de su desarrollo, así como por la validez universal de sus enunciados y la neutralidad de sus productos, el lugar de las ciencias sociales deviene al menos problemático. Entre otras cosas porque las ciencias sociales permiten mostrar esos mecanismos de explotación de cuerpos, anulación de voces y postergación de saberes sobre los que se afianza el orden que impone el modelo de racionalidad occidental.