Ningún docente con los que he compartido años de infancia y juventud tuvo la capacidad o voluntad de transmitirme la pasión por la lectura, todos ellos más obsesionados por la historia de la literatura, y el consiguiente atiborramiento de apuntes, nombres y títulos, que por la educación literaria o fomento de la sensibilidad lectora. La expresión «animación a la lectura» se ha ido manipulando y tergiversando poco a poco para el provecho de intereses divergentes. Sin embargo, «animar a leer» es un sinónimo de «sentido común», lo que significa que no se trata de refugiarse o disculparse en grandes estrategias didácticas o pedagógicas, sino simplemente de ponerse en el lugar del que no está animado, dar actividad a lo inanimado, incitar, excitar, divertir y alegrar.