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La "Antología" de Rafael Barrett es una recopilación que refleja la maestría del autor en el uso del lenguaje y su profunda comprensión de la humanidad. A través de ensayos y relatos, Barrett aborda temas como la injusticia social, la condición humana y la lucha por la libertad, con un estilo que mezcla la poesía con la prosa incisiva. Publicado en un contexto de agitación política y social a principios del siglo XX, su obra se erige como una crítica poderosa a la realidad de su tiempo, mostrando la angustia y la esperanza de aquellos que sufren. Su prosa elegante y provocativa captura las…mehr

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Produktbeschreibung
La "Antología" de Rafael Barrett es una recopilación que refleja la maestría del autor en el uso del lenguaje y su profunda comprensión de la humanidad. A través de ensayos y relatos, Barrett aborda temas como la injusticia social, la condición humana y la lucha por la libertad, con un estilo que mezcla la poesía con la prosa incisiva. Publicado en un contexto de agitación política y social a principios del siglo XX, su obra se erige como una crítica poderosa a la realidad de su tiempo, mostrando la angustia y la esperanza de aquellos que sufren. Su prosa elegante y provocativa captura las tensiones de una época que clama por cambios profundos, estableciendo un diálogo constante entre la vida cotidiana y las grandes cuestiones filosóficas. Rafael Barrett, un pensador inquieto y comprometido, fue un autor conocido por su postura solidaria hacia los desposeídos. Nacido en España y residente en América Latina, su experiencia vital y social lo llevó a explorar la desigualdad y la opresión en sus escritos. La influencia de su entorno, así como sus propias convicciones políticas y humanistas, son palpables en esta antología, donde despliega un pensamiento audaz y multifacético que desafía al lector a reflexionar sobre su papel en la sociedad. Recomiendo encarecidamente la "Antología" de Barrett a cualquier lector que busque no solo disfrutar de la literatura, sino también implicarse en una reflexión profunda sobre temas de relevancia contemporánea. Su capacidad para abordar la complejidad de la existencia humana a través de una prosa incisiva y lírica lo convierte en un autor imprescindible para quienes desean entender el entrelazamiento entre arte y vida, justicia y literatura. Este libro no solo es un deleite estético, sino también un llamado a la acción y la empatía.

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Autorenporträt
Horacio Silvestre Quiroga Forteza (Salto, 31 de diciembre de 1878-Buenos Aires, 19 de febrero de 1937). Uruguay. Era hijo del vicecónsul argentino en Salto quien descendía del caudillo riojano Facundo Quiroga. Desde pequeño vivió acontecimientos trágicos: a los tres meses de edad, su padre murió de un disparo accidental de su propia escopeta en su presencia. En 1891 su madre se volvió a casar-esta vez con Ascencio Barcos-, y Quiroga estableció profundos vínculos afectivos con éste. Sin embargo, tras cinco años de matrimonio, Barcos, que sufría una parálisis provocada por un derrame cerebral, se suicidó. Más tarde Quiroga terminó en Montevideo la enseñanza secundaria. Adquirió formación técnica, en el Instituto Politécnico de Montevideo, y general en el Colegio Nacional. En 1898 se enamoró de María Esther Jurkovski, que inspiraría dos obras suyas: Las sacrificadas y Una estación de amor. Por esos tiempos Quiroga comenzó a colaborar en el semanario Gil Blas y estableció amistad con el escritor argentino Leopoldo Lugones, que fue una de sus principales influencias. Hacia 1900 Quiroga se fue a París tras recibir la herencia de su padre. Al volver, fundó el «Consistorio del Gay Saber», un laboratorio literario donde se ensayaron nuevas formas de expresión. Tras la aparición de su primer libro (Los arrecifes de coral) murieron dos de sus hermanos víctimas del tifus. Ese mismo año su amigo Federico Ferrando, que había recibido fuertes críticas del periodista Germán Papini, decidió retar a duelo a aquél. Quiroga se ofreció para preparar el revólver que iba a ser utilizado en el duelo y mientras revisaba el arma se le escapó un disparo que mató a Federico. Abatido, Quiroga cruzó el Río de la Plata en 1902 y fue a vivir con María, otra de sus hermanas. En 1903, acompañó como fotógrafo a Lugones en una expedición para investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas. La visión de la jungla marcaría su vida, seis meses después compró unos campos de algodón en el Chaco. El proyecto fracasó. Y, sin embargo, en 1906 decidió volver otra vez a la selva y comprar otra finca. Por entonces Quiroga se enamoró de una alumna suya-la adolescente Ana María Cires-; y le dedicó su primera novela, titulada Historia de un amor turbio, se casó con ella y la llevó a vivir a la selva. En 1911 Ana María dio a luz asistida por Quiroga a su primera hija, Eglé Quiroga, en su casa de la selva. Sin embargo, ella no se adaptaba a aquella vida y le pidió Quiroga que regresaran a Buenos Aires. Ante la negativa de éste, Ana María se envenenó en 1915. Durante 1917, Quiroga vivió con sus hijos en un sótano de la avenida Canning, alternando su trabajo como diplomático y la escritura de relatos publicados en revistas. La mayoría de estos fueron recogidos en libros, el primero de los cuales fue Cuentos de amor de locura y de muerte (sic, título sin coma), que tuvo gran éxito de público y de crítica. Al año siguiente apareció Cuentos de la selva, colección de relatos infantiles protagonizados por animales y ambientados en la selva. Quiroga dedicó este libro a sus hijos, que lo acompañaron durante ese período de pobreza. Hacia 1927, había decidido criar y domesticar animales salvajes, mientras publicaba su nuevo libro de cuentos, Los desterrados. Se había obsesionado con María Elena Bravo, adolescente compañera de clase de su hija Eglé, que cedió a sus reclamos. A partir de 1932 Quiroga vivió en Misiones con María Elena y su tercera hija. Por entonces le diagnosticaron hipertrofia de próstata. Agravada su dolencia, Quiroga viajó a Buenos Aires y allí descubrieron que tenía un cáncer de próstata avanzado. Recluido en el hospital supo que en los sótanos vivía apartado un paciente con deformidades similares a las del Hombre Elefante. Quiroga exigió que el paciente-llamado Vicente Batistessa- compartiese habitación con él. El 19 de febrero de 1937 y en presencia de Batistessa, murió Horacio Quiroga tras beber un vaso de cianuro.