Once a ship loaded with pleasure-seekers was sailing from North China to Shanghai. High winds and stormy weather had delayed her, and she was still one week from port when a great plague broke out on board. This plague was of the worst kind. It attacked passengers and sailors alike until there were so few left to sail the vessel that it seemed as if she would soon be left to the mercy of winds and waves.
On all sides lay the dead, and the groans of the dying were most terrible to hear. Of that great company of travellers only one, a little boy named Ying-lo, had escaped. At last the few sailors, who had been trying hard to save their ship, were obliged to lie down upon the deck, a prey to the dreadful sickness, and soon they too were dead.
Ying-lo now found himself alone on the sea. For some reason-he did not know why-the gods or the sea fairies had spared him, but as he looked about in terror at the friends and loved ones who had died, he almost wished that he might join them.
The sails flapped about like great broken wings, while the giant waves dashed higher above the deck, washing many of the bodies overboard and wetting the little boy to the skin. Shivering with cold, he gave himself up for lost and prayed to the gods, whom his mother had often told him about, to take him from this dreadful ship and let him escape the fatal illness.
Una vez, un barco cargado de buscadores de placer zarpó del norte de China hacia Shangai. Los fuertes vientos y las tormentas la habían retrasado, y aún estaba a una semana del puerto cuando una gran plaga estalló a bordo. Esta plaga fue de la peor clase. Atacó a pasajeros y marineros por igual hasta que quedaban tan pocos para navegar en el barco que parecía que pronto quedaría a merced de los vientos y las olas.
Por todos lados yacían los muertos, y los gemidos de los moribundos eran muy terribles de escuchar. De esa gran compañía de viajeros sólo uno, un niño llamado Ying-lo, había escapado. Por fin, los pocos marineros que se habían esforzado por salvar su barco, se vieron obligados a tumbarse en cubierta, presa de la terrible enfermedad, y pronto también ellos murieron.
Ying-lo se encontró solo en el mar. Por alguna razón -no sabía por qué- los dioses o las hadas del mar le habían perdonado, pero al mirar a su alrededor aterrorizado a los amigos y seres queridos que habían muerto, casi deseaba poder unirse a ellos.
Las velas se agitaban como grandes alas rotas, mientras que las olas gigantescas saltaban por encima de la cubierta, arrastrando muchos de los cuerpos por la borda y mojando al niño hasta la piel. Temblando de frío, se entregó por perdido y rezó a los dioses, de los que su madre le había hablado a menudo, para que lo sacaran de este espantoso barco y lo dejaran escapar de la fatal enfermedad.
Once a ship loaded with pleasure-seekers was sailing from North China to Shanghai. High winds and stormy weather had delayed her, and she was still one week from port when a great plague broke out on board. This plague was of the worst kind. It attacked passengers and sailors alike until there were so few left to sail the vessel that it seemed as if she would soon be left to the mercy of winds and waves.
On all sides lay the dead, and the groans of the dying were most terrible to hear. Of that great company of travellers only one, a little boy named Ying-lo, had escaped. At last the few sailors, who had been trying hard to save their ship, were obliged to lie down upon the deck, a prey to the dreadful sickness, and soon they too were dead.
Ying-lo now found himself alone on the sea. For some reason-he did not know why-the gods or the sea fairies had spared him, but as he looked about in terror at the friends and loved ones who had died, he almost wished that he might join them.
The sails flapped about like great broken wings, while the giant waves dashed higher above the deck, washing many of the bodies overboard and wetting the little boy to the skin. Shivering with cold, he gave himself up for lost and prayed to the gods, whom his mother had often told him about, to take him from this dreadful ship and let him escape the fatal illness.
Una vez, un barco cargado de buscadores de placer zarpó del norte de China hacia Shangai. Los fuertes vientos y las tormentas la habían retrasado, y aún estaba a una semana del puerto cuando una gran plaga estalló a bordo. Esta plaga fue de la peor clase. Atacó a pasajeros y marineros por igual hasta que quedaban tan pocos para navegar en el barco que parecía que pronto quedaría a merced de los vientos y las olas.
Por todos lados yacían los muertos, y los gemidos de los moribundos eran muy terribles de escuchar. De esa gran compañía de viajeros sólo uno, un niño llamado Ying-lo, había escapado. Por fin, los pocos marineros que se habían esforzado por salvar su barco, se vieron obligados a tumbarse en cubierta, presa de la terrible enfermedad, y pronto también ellos murieron.
Ying-lo se encontró solo en el mar. Por alguna razón -no sabía por qué- los dioses o las hadas del mar le habían perdonado, pero al mirar a su alrededor aterrorizado a los amigos y seres queridos que habían muerto, casi deseaba poder unirse a ellos.
Las velas se agitaban como grandes alas rotas, mientras que las olas gigantescas saltaban por encima de la cubierta, arrastrando muchos de los cuerpos por la borda y mojando al niño hasta la piel. Temblando de frío, se entregó por perdido y rezó a los dioses, de los que su madre le había hablado a menudo, para que lo sacaran de este espantoso barco y lo dejaran escapar de la fatal enfermedad.
On all sides lay the dead, and the groans of the dying were most terrible to hear. Of that great company of travellers only one, a little boy named Ying-lo, had escaped. At last the few sailors, who had been trying hard to save their ship, were obliged to lie down upon the deck, a prey to the dreadful sickness, and soon they too were dead.
Ying-lo now found himself alone on the sea. For some reason-he did not know why-the gods or the sea fairies had spared him, but as he looked about in terror at the friends and loved ones who had died, he almost wished that he might join them.
The sails flapped about like great broken wings, while the giant waves dashed higher above the deck, washing many of the bodies overboard and wetting the little boy to the skin. Shivering with cold, he gave himself up for lost and prayed to the gods, whom his mother had often told him about, to take him from this dreadful ship and let him escape the fatal illness.
Una vez, un barco cargado de buscadores de placer zarpó del norte de China hacia Shangai. Los fuertes vientos y las tormentas la habían retrasado, y aún estaba a una semana del puerto cuando una gran plaga estalló a bordo. Esta plaga fue de la peor clase. Atacó a pasajeros y marineros por igual hasta que quedaban tan pocos para navegar en el barco que parecía que pronto quedaría a merced de los vientos y las olas.
Por todos lados yacían los muertos, y los gemidos de los moribundos eran muy terribles de escuchar. De esa gran compañía de viajeros sólo uno, un niño llamado Ying-lo, había escapado. Por fin, los pocos marineros que se habían esforzado por salvar su barco, se vieron obligados a tumbarse en cubierta, presa de la terrible enfermedad, y pronto también ellos murieron.
Ying-lo se encontró solo en el mar. Por alguna razón -no sabía por qué- los dioses o las hadas del mar le habían perdonado, pero al mirar a su alrededor aterrorizado a los amigos y seres queridos que habían muerto, casi deseaba poder unirse a ellos.
Las velas se agitaban como grandes alas rotas, mientras que las olas gigantescas saltaban por encima de la cubierta, arrastrando muchos de los cuerpos por la borda y mojando al niño hasta la piel. Temblando de frío, se entregó por perdido y rezó a los dioses, de los que su madre le había hablado a menudo, para que lo sacaran de este espantoso barco y lo dejaran escapar de la fatal enfermedad.
Once a ship loaded with pleasure-seekers was sailing from North China to Shanghai. High winds and stormy weather had delayed her, and she was still one week from port when a great plague broke out on board. This plague was of the worst kind. It attacked passengers and sailors alike until there were so few left to sail the vessel that it seemed as if she would soon be left to the mercy of winds and waves.
On all sides lay the dead, and the groans of the dying were most terrible to hear. Of that great company of travellers only one, a little boy named Ying-lo, had escaped. At last the few sailors, who had been trying hard to save their ship, were obliged to lie down upon the deck, a prey to the dreadful sickness, and soon they too were dead.
Ying-lo now found himself alone on the sea. For some reason-he did not know why-the gods or the sea fairies had spared him, but as he looked about in terror at the friends and loved ones who had died, he almost wished that he might join them.
The sails flapped about like great broken wings, while the giant waves dashed higher above the deck, washing many of the bodies overboard and wetting the little boy to the skin. Shivering with cold, he gave himself up for lost and prayed to the gods, whom his mother had often told him about, to take him from this dreadful ship and let him escape the fatal illness.
Una vez, un barco cargado de buscadores de placer zarpó del norte de China hacia Shangai. Los fuertes vientos y las tormentas la habían retrasado, y aún estaba a una semana del puerto cuando una gran plaga estalló a bordo. Esta plaga fue de la peor clase. Atacó a pasajeros y marineros por igual hasta que quedaban tan pocos para navegar en el barco que parecía que pronto quedaría a merced de los vientos y las olas.
Por todos lados yacían los muertos, y los gemidos de los moribundos eran muy terribles de escuchar. De esa gran compañía de viajeros sólo uno, un niño llamado Ying-lo, había escapado. Por fin, los pocos marineros que se habían esforzado por salvar su barco, se vieron obligados a tumbarse en cubierta, presa de la terrible enfermedad, y pronto también ellos murieron.
Ying-lo se encontró solo en el mar. Por alguna razón -no sabía por qué- los dioses o las hadas del mar le habían perdonado, pero al mirar a su alrededor aterrorizado a los amigos y seres queridos que habían muerto, casi deseaba poder unirse a ellos.
Las velas se agitaban como grandes alas rotas, mientras que las olas gigantescas saltaban por encima de la cubierta, arrastrando muchos de los cuerpos por la borda y mojando al niño hasta la piel. Temblando de frío, se entregó por perdido y rezó a los dioses, de los que su madre le había hablado a menudo, para que lo sacaran de este espantoso barco y lo dejaran escapar de la fatal enfermedad.
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