Hadara, el muchacho de quince años, tenía muchos apodos. Avestruz. El niño avestruz. El bailarín avestruz. El niño salvaje. El comepiedras... Así inicia la historia fascinante de un niño que intenta adaptarse a la vida con seres humanos, luego de haber sido criado por avestruces. Mónica Zak nos regala la continuación de "El niño que vivía con los avestruces". Fiel a su estilo, presenta una narración placentera que, a la vez, genera reflexión respecto a las prácticas humanas comparadas con el comportamiento de animales.
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