Caballo con arzones se conduce como una instalación de palabras, una máquina lúcida atornillada a unos personajes que la usan para saber de sí mismos. Ahmel Echevarría es un narrador enardecido y discreto. Parco, emotivo, desconfiado y pulimentador. Un escritor que rechaza el pacto clásico del realismo al disimular su pasión como el tigre elástico y hambriento que se agazapa entre los juncos. He aquí un cosmos detallado, preciso. Siempre me ha parecido que él es uno de los pocos novelistas cubanos de ahora mismo que saben cómo instalarse en la ficción y atrapar lo literario sin desmantelar lo inmediato ni renunciar a él. El cuerpo, la lucidez del sueño, la imaginación que desea: los personajes están trabados en ese círculo y la materia novelesca fluye por esos cauces. Ahmel Echevarría monta un artefacto donde los personajes van metamorfoseándose según sus estados de ánimo. Esta novela elude con éxito las formas canónicas al subrayar el efecto de las quimeras de la conciencia. (ALBERTO GARRANDÉS)
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