Desde la antigüedad, la ciudad ha sido representada por sus artistas y escritores con el propósito de reconstruirla para la retina del ojo. No basta con habitar la ciudad real, con sus bloques de hormigón que se levantan verticalmente y su enjambre de automóviles corriendo sobre sus avenidas. El ser humano necesita representarla con su imaginación para así poder conservarla en el centro de la memoria. A partir de Homero y Virgilio, quienes cantaron las guerras, el poder, los amores y sinsabores de Troya, Ítaca y Roma, la urbe ha sido el epicentro donde se han gestado las leyendas de la humanidad. Grandes metrópolis como Nueva York, México, Madrid o Buenos Aires han sido descritas por sus autores como John Don Pasos, Carlos Fuentes, Benito Pérez Galdós y Jorge Luis Borges, dejando una huella imborrable en la memoria. París no podría comprenderse sin la pluma magistral de Marcel Proust, ni Barcelona sin Eduardo Mendoza, ni Lima sin la poesía Blanca Varela, ni Buenos Aires sin Silvina y Victoria Ocampo. Santiago de Cali, una ciudad enclavada en el Pacífico colombiano, no podía ser ajena a la posibilidad de convertirse en la ciudad imaginada, en la ciudad soñada
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