La teología del pueblo dissocia la búsqueda de una teología de la liberación latinoamericana de la análisis marxista. Al criterio solo materialista de la lucha entre las clases sociales sustituye la oposición de pueblo y antipueblo. Antipueblo son las classe dominantes que se rechazan de aceptar al pueblo y a su reivindicación de dignidad y justicia en la vida de la nación. La comunión eucarística debe hacerse comunidad humana en que se comparte también el pan de este mundo y se intenta construir una existencia digna para todos. La Iglesia es una comunidad jerárquica, construida sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas. El pueblo, pero es también un lugar teológico. El pueblo latinoamericano fue eficazmente, aún que imperfectamente, evangelizado y sigue evangelizándose en su propia cultura. El acontecimiento de Cristo se repite, en un cierto sentido, en la vida del Santo Pueblo de Dios. La teología debe escuchar este acontecimiento y aprender de la piedad y religiosidad popular. Los obispos tienen la tarea de corregir, si por acaso el pueblo se hace un Cristo ficticio, según su propia medida, que no corresponde al Cristo autentico, pero deben también dialogar con la experiencia de fe del Pueblo de Dios. La primera etapa de la teología del pueblo es argentina y rioplatense. Con la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla el Papa San Juan Pablo II confirma esta línea que paulatinamente va a ser la de toda la Iglesia latinoamericana. El hombre que lidera este camino, que culmina en la V Conferencia en Aparecida, será Jorge Mario Bergoglio. Eso inicia una segunda etapa de la teología del pueblo. La primera etapa es argentina y caracterizada por autores como Lucio Gera, Rafael Tello, Juan Carlos Scannone. La segunda es latinoamericana y es fuertemente caracterizada por el pensamiento de Alberto Methol Ferré. Methol dice que hay que venir a Latinoamérica para pensar hasta el fundo el Concilio y una nueva etapa en la historia de la modernidad. La modernidad nace católica y barroca come tentativa de pensar contemporáneamente el mundo de los objetos puros descubierto por la ciencia moderna y la nueva profundidad de lo humano abierta por el descubrimiento de América y por el dialogo con las culturas indígenas. La modernidad se pierde y fracasa en la alienación cuando su mirada se restringe a pensar solo el mundo de los objetos puros. Frente a este fracaso el propósito del Concilio es reintegrar la modernidad en el catolicismo y salvarla así de la alienación. La última parte del libro plantea el problema de cómo pensar la mediación analítica, que la teología del pueblo comunique necesita, sin caer en la ideología. La parte quizás más interesante del libro es el capítulo en que el autor reflexiona sobre el acontecimiento de la Virgen de Guadalupe, central para entender la historia de la evangelización de Latinoamérica y, pero decisivo también para entender el destino de Europa entre Platón y Nietzsche.