Tras escribir un artículo en un periódico comarcal donde cuenta la historia del lienzo de un Cristo yacente expuesto en la iglesia de Almarga (Almería), para el cual posó su abuelo, Abel Román es expedientado y despedido del instituto en el que trabaja como profesor de Literatura. Es entonces cuando se da de bruces con la crisis de la mediana edad, donde la precariedad, la incertidumbre y la rebeldía serán las grandes protagonistas de Canciones de cuna y de rabia, mientras su presente se desmorona delante mismo de sus narices.