Tras la muerte de Saúl, Israel quedó vulnerable ante los filisteos. David avanzó hacia el trono de Judá y luego de todo Israel. Subyugó a los filisteos y a los pueblos vecinos. Estableció Jerusalén como la capital del reino y allí llevó el arca de Jehová, realizando significativas reformas religiosas que contribuyeron a la unificación de la nación. Por ello, Dios le aseguró que un Mesías surgiría de su linaje, el cual reinaría por siempre.
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