Nunca había cantado con tanta vitalidad y expresividad frente a una gran audiencia como lo hacía ahora frente a un solo oyente deslumbrado, cuya mirada incandescente y respiración jadeante eran prueba que él estaba bajo sus poderosos hechizos.
Sí, de hecho, de todo su ser parecía emanar un encanto diabólico. La propia Rafaela parecía haberse transformado. Las mejillas, generalmente pálidas, se volvieron rosadas; los ojos verdes lanzaban llamas, mientras que los mechones de cobre, como un halo, enmarcaban su cabeza. En ese momento, ella encarnó su propia lujuria..."
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