Contemplar el arte es una colección de ensayos de Jerrold Levinson, una de las principales figuras de la estética contemporánea. El libro se divide en siete partes dedicadas al arte en general y a diferentes artes como la literatura, la pintura, la música y el cine. Los capítulos dedicados a la música ocupan la parte central del volumen y presentan algunas de las ideas más originales y discutidas del pensamiento de Levinson, sobre la naturaleza de la escucha y el papel de la imaginación en la audición musical, la relación entre música y cine o el pensamiento musical. Además se analizan cuestiones históricas y otros temas centrales de estética como la naturaleza de las propiedades estéticas, la interpretación artística, el humor o la noción de valor intrínseco. La contemplación del arte a la que se refiere el título es mucho más que la percepción pasiva de las obras; exige el ejercicio de buena parte de nuestro bagaje intelectual y moral y de nuestras capacidades perceptivas, afectivas e imaginativas. El placer asociado a los escalofríos musicales parece estar claramente localizado fisiológicamente. Es decir, que en tales casos el placer musical gira en torno a un particular efecto fisiológico, el escalofrío que recorre nuestra piel, siendo tal efecto parte integrante del placer experimentado. Una razón por la que el fenómeno del escalofrío musical es interesante desde el punto de vista filosófico es la siguiente: ¿cómo puede un simple hormigueo o un ligero temblor, es decir, una mera alteración corporal, ser relevante para la apreciación estética? Cierto número de filósofos del arte, el más famoso Nelson Goodman, nos han acostumbrado a ver como ridícula -gracias al carácter ridículo con que la han adornado- la idea de que se pueda atribuir un rol legítimo a las sensaciones en el análisis de la respuesta estética. ¿Para qué sirve una mera sensación, aunque sea agradable, en el ámbito del arte?, ¿qué nos dice, de qué nos da testimonio?...