Vivimos en un mundo donde hay más seres que los humanos. Para que la vida pueda prosperar, debemos prestar atención a las señales que nos lanza este mundo, y responder con sensibilidad, juicio y esmero. Eso es lo que significa corresponder: unir nuestras vidas a las de los seres, materias y elementos con quienes, y con los cuales, vivimos sobre la faz de la Tierra. En su obra más personal, el antropólogo Tim Ingold escribe cartas a bosques, océanos, cielos, monumentos y obras de arte. En todas sus correspondencias hace un llamamiento a que se restituyan las palabras escritas a mano al mismo tiempo que elabora una reflexión profunda sobre la pérdida de la capacidad de escritura introducida por las nuevas tecnologías. Sus 27 misivas nos interpelan como las cartas de un viejo amigo que reflexiona sobre las diversas maneras de considerar el mundo que nos rodea, la relación entre el arte y la vida, o la actividad misma de la escritura. En esta época de crisis medioambiental, cuando parece que las palabras no bastan, Ingold nos enseña cómo la práctica de la correspondencia nos puede ayudar a recuperar nuestra afinidad con una Tierra afligida.
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