En estos años, pese a la crisis económica y a las restricciones por la pandemia, los espacios culturales alternativos han reforzado su carácter aglutinante, construyendo conexiones territoriales en sus barrios a través de circuitos y acciones conjuntas, así como redes de contención y lucha frente a un estado municipal ausente o limitante del desarrollo natural de estas organizaciones. Nodos, sin duda, de una red cultural que se teje silenciosa pero poderosa en la ciudad de La Plata y que está más allá del sistema productivo, que nos habla de afectos y socializaciones sensibles, con microcomunidades de apoyo que son parte indiscutible de este sector. Estos vínculos son el fruto del trabajo sostenido y mancomunado entre gestores y referentes de distintas generaciones que se ha ido transmitiendo naturalmente, como un pase de postas. La pasión y el activismo no quitan lo que tienen de esfuerzo y trabajo cotidiano, se trata de acciones que requieren poner el cuerpo a diario. De hecho, los espacios culturales no solo son lugar de trabajo para sus propios integrantes, sino también para los proyectos y grupos que alojan, porque funcionan como refugios de emergencia: conteniendo en momentos de crisis o necesidad pero también impulsando la emergencia de nuevas ideas y propuestas. La pandemia puso en mayor evidencia la situación de invisibilidad, precarización y vulnerabilidad a la que están expuestos estxs trabajadorxs, pero también la capacidad de resiliencia, reinvención y asociativismo que los caracteriza y que define un modo de ser en el mundo, un modo de hacer cultura.
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