Intento de advertencia: Este libro está basado en hechos reales. ¿Pero qué cosa escrita no lo está? ¿Qué realidad no es producto de la imaginación? Estaba por escribir "la imaginación de dios", pero recordé que soy agnóstico. Entonces, muy prolijo no es hablar de dios asumiendo que existe. Y soy judío, pero por suerte me reconozco como judío y agnóstico. Algo que no todas las religiones aceptan. Ya la ley judía primitiva no atribuía una importancia tan preponderante a la teología y, en cambio, enfatizaba más los actos y la conducta. Un buen recurso para mantener reunido al rebaño. O la certeza de saber que no hay ateos en la trinchera. El libro no habla de los cuentenik de principios del siglo pasado. Lo declaro en el prólogo, para que nadie lo lea sin estar advertido. Ningún vendedor puede decir toda la verdad de su producto. No digo mentir, pero sí es aceptable ocultar ciertas cosas. No lo soy al viejo estilo de andar en bicicleta por los barrios. O como mi abuelo que llevaba los tapados de piel caminando hasta las casas de las señoras de los hombres ricos. Los tiempos cambian y la palabra también debería ajustarse a representar lo que somos las personas como yo: buscavidas. Ocurre que la palabra cuentenik me encanta. Pensaba que era una palabra ídish, pero resultó algo diferente. En el Río de la Plata se lo llamaba cuentenik o cóntenik, en Brasil, clientelchik, en Venezuela, cláper. Lógicamente cuentenik deriva de cuenta y clientelchik de cliente. A estas confluencias lingüísticas se las llama idishol. No es ídish propiamente dicho.
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