Muchas personas no quieren vivir en libertad. Prefieren no tomar decisiones y que otros decidan por ellas: sus padres, sus vecinos, los amigos... Para vivir en libertad hay que educar la libertad. El mundo es confuso, está lleno de opciones, y los niños y los adolescentes tienen que tomar tantas decisiones que siempre existe el peligro de dimitir y dejar que su vida la elijan otros. Educar en la libertad comienza por hacer descubrir a los adolescentes que tienen una vida propia que tomar en sus manos, y continúa por enseñarles a deliberar, a pensar antes de tomar una decisión de la que, luego, se pueden arrepentir. Los adultos no tenemos derecho a imponer a nuestros alumnos ni a nuestros hijos nuestras ideas, nuestras concepciones ni nuestros proyectos de vida; sin embargo, tenemos hacia ellos una responsabilidad educativa: la de iniciarlos en aquellos valores que sabemos que dan calidad a la vida humana y advertirles que determinados comportamientos nos degradan como personas. Y, para ello, debemos ser fieles a nuestra memoria. A aquellas experiencias claves en las que hemos descubierto una mejor forma de vivir y a aquellas otras que jamás querríamos que se repitieran. Por eso, educar es un compromiso con la memoria.
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