El protagonista de El amparo es Alfredo, un mayordomo que tiene un trabajo muy peculiar: agacharse al lado del Señor (es nombrado así en toda la historia, no sabemos nunca su nombre, solo que es el dueño de la mansión), y recibir los carozos de las aceitunas que el Señor escupe. Alfredo está conforme: es bueno en lo que hace y se siente bien en esa casa, a pesar de que el trabajo es humillante. En un momento, Alfredo se entera que va a ser reemplazado. En El amparo está todo el tiempo presente la tensión entre lo que tenemos (Alfredo y su trabajo humillante), lo que queremos (quizás tener un trabajo mejor, aunque Alfredo no lo diga ni lo piense), y lo que podemos (Alfredo en ningún momento se plantea irse: quiere apegarse a lo que tiene y mantenerse en ese lugar).
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