Hace años, allá por 1940, Jorge Luis Borges vivía acosado por el insomnio. Por más Borges que alguien sea, sin dormir no se puede estar despierto. Y cierto día, o cierta noche, Borges gestó un cuento notable, Funes, el memorioso. Tras contárselo a la humanidad, Borges se curó del mal que lo aquejaba. Luego advirtió y confesó que contar el cuento había resultado terapéutico para él. Este libro de Mónica Bruder se ocupa precisamente de eso: la función terapéutica del cuento. El eje que la autora propone puede sintetizarse en esta pregunta: ¿Para qué sirve contar un cuento? Las respuestas vienen con sucesivos ejemplos: Puede servir para sobreponerse a una situación de pérdida. Puede servir para destrabar un conflicto de pareja. Puede servir para desbloquear un problema de educación. Puede servir para solucionar un problema laboral. Puede servir para elaborar un luto. Puede servir para resolver problemas de comunicación entre padres e hijos. Puede servir, en suma, para curar. Ser una herramienta cotidiana para desanudar afectos y entuertos íntimos, para transformar conflictos. ¿Y desde cuándo contar un cuento sirve para tantas cosas primordiales? Desde siempre. Desde el fondo de los tiempos. La herramienta estaba al alcance de los humanos, pero no había conciencia de ella. Este libro alumbra las posibilidades del cuento en relación con los afectos. En su primera parte explica cómo hacerlo; analiza el qué, el cómo y el para qué de los cuentos. En su segunda parte entran en acción los cuentos mismos. Y se demuestra cómo funciona terapéuticamente en muy diferentes situaciones. (Dicho sea de paso: el primer cuento, el que sirve de introducción al libro, es conmovedor. Lástima que su autor prefiera el anonimato. De todas formas digamos que allí, en ese relato, hay escondido por lo menos un cortometraje). En la presente propuesta queda en claro no sólo la posibilidad terapéutica del cuento sino, además, que contar un cuento es algo que todos podemos hacer, sin distinción de edad, de profesión o de género. En otras palabras, que el cuento no es propiedad exclusiva de los escritores. Es algo inherente a los humanos. Todos tenemos, muy guardados, cuentos para contar. Y contarlos nos puede liberar angustias, bloqueos y agobios que van desde luto hasta la incomunicación. Un concepto de Jean Piaget marca este libro: El afecto es el motor de la inteligencia. Siguiendo a Piaget podríamos decir que el afecto es motor de toda comunicación. Mónica bruder, psicopedagoga de profesión, concreta aquí su primer libro. Está dando el más difícil de los pasos, el primero. Puede ser que siga cavando, ahondando en la veta que ha empezado a transitar. Pueda ser que su arrollador entusiasmo no deje de flamear. El asunto que tiene entre manos cuenta con los afectos y está directamente relacionado con el más delicado e ignorado de los oficios: el oficio de vivir. Rodolfo Braceli
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