El derecho a la filosofía, tal como fue enunciado por Jacques Derrida en su conferencia en la Unesco, lo interpretamos como el derecho a pensar juntos; el Bicentenario en la Argentina fue no solo un hecho histórico, sino también un acontecimiento que nos mueve a pensar. Pensar no es solo la práctica de una minoría ilustrada, sino una práctica de y para una comunidad que quiere recuperar sus núcleos ético-míticos de su cultura, al decir de Paul Ricoeur. Se puede recuperar la historia de una zona, país, o región a partir del pensamiento tomado como intervención. Pensar es también un derecho de unos sujetos para devenir tales, superando una historia llena de fracturas y fragmentos, como la nuestra, como afirmaba Gregorio Weinberg. Pero eso lo entendemos como un derecho a pensar en común: es el derecho a la filosofía de una comunidad, con sus fracturas, sus rupturas, su falta de memoria o sus abusos del olvido, para que nos recuperemos a nosotros mismos y no festejemos como pura exterioridad, dicho hegelianamente. Es decir, debemos deconstruir los presupuestos de nuestros niños, alumnos, ciudadanos e instituir prácticas, políticas educativas, como afirmamos con el filósofo y psicoanalista Cornelius Castoriadis, que generen una práctica teórica que dé lugar a una enseñanza y un aprendizaje, a una educación filosófica que luego, mediatamente, se transforme en un mundo histórico social de los ciudadanos conscientes de sus derechos civiles, económicos, educativos, políticos, culturales y ambientales, para un mundo más humano, donde haya alteridad-alteración de las prácticas sociales y no repetición de lo mismo.
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