Acariciar lo torcido es revolucionar. Tenemos el derecho a estar tristes, a la imperfección, a quedarnos una temporada al costado de la ruta viendo cómo pasan los autos. Derecho a decir que no, a mostrar la panza y pelear con la heteronorma. Podemos autopercibirnos deformes, horribles, intrascendentes. Tenemos derecho a dudar, a equivocarnos y a tomar el colectivo en la vereda de enfrente. La sexualidad es la que inventamos y no la que consumimos. Asumamos el derecho a la desconfianza de los que piensan bien, a la crítica de lo que no nos gusta. No hay deconstrucción posible sin haber sufrido un ACV social. Porque sin hilvane no hay deconstrucción, sin ruptura no hay pregunta y sin pregunta no hay respuesta. Fluir es no pensar en la fluidez. Valiéndose de nuevos conceptos como el ICV, o inconsciente colectivo virtual, en tanto limitador arquetípico de la virtualidad, y el posfuturo, que contiene en sí mismo el aspecto más patológico de la esperanza y el más deseante de la ilusión, Fabio Lacolla desarrolla en su nuevo libro un ensayo que invita a recuperar el derecho a la torcedura, a sentirnos felices con la decisión de no seguir ningún patrón para poder serlo.El derecho a lo torcido es un libro permisivo que le pone una capa al superyó para que salga volando mientras le sirve una cerveza al ello para que nos haga una recorrida por los pasillos en los que Neo incursionó después de tomarse la píldora.
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