Este libro ofrece una interpretación sobre la forma en que el arzobispo Luis Ma. Martínez construyó puentes para la convivencia con el Estado mexicano posrevolucionario. La tarea no fue fácil. A partir del inicio de su gestión eclesiástica, durante el cardenismo, Martínez tuvo que sortear diques que limitaban un nuevo diálogo tras la amarga experiencia del conflicto religioso a finales de los años veinte del siglo XX. El arzobispo de México se encontró con no pocas resistencias, tanto entre los políticos que defendían el sometimiento de la Iglesia al Estado mexicano como entre los católicos radicales que no cejaban en su oposición a un régimen al que identificaban con la maldad absoluta. En medio de esa polarización, el talante conciliador de Luis Ma. Martínez aunado a su inflexible rechazo a cualquier intento de la rebelión armada como forma de enfrentar al Estado Posrevolucionario, resultó clave para el inicio de una etapa nueva en las relaciones Estado-Iglesia. En buena medida logró lo impensable: el reacercamiento de dos poderes históricamente enfrentados en México desde mediados del siglo XIX. Por otro lado, el libro aborda aspectos medulares en la formación del México contemporáneo: la paulatina recuperación de la presencia de la Iglesia en la arena pública, el conflicto por el control de la educación en el país, el uso de medios de comunicación como espacio que transmitía la modificación de las prácticas sociales, las diversiones públicas, la moralidad, la campaña en defensa de la fe católica frente a los enemigos construidos y reconstruidos durante los años cuarenta y cincuenta: los comunistas y los protestantes. A pesar de la constante compaña moralizante encabezada por el Arzobispo Martínez, fue imparable el avance y éxito de publicaciones, programas televisivos, películas, diversiones, modas o gustos que en otras circunstancias hubieran sido impensables. Triunfó el Estado laico, la sociedad se acercó cada vez más a las prácticas laicas y se identificó con las pautas culturales estadounidenses. Pero la Iglesia igualmente se adaptó a las nuevas circunstancias y se fortaleció a través de su presencia en la educación privada, sobre todo aquella que estaba dirigida a las clases medias y altas. Todo en el contexto de un nuevo entendimiento con el partido hegemónico, de prosperidad material pero de evidentes contrastes sociales, previo, todo ello, a la consigna de Cristianismo sí, Comunismo no.
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