Un proverbio árabe advierte de que Dios creó los gatos para que el hombre sepa lo que es sabiduría. Sagrado en Oriente, adorado en Egipto, amado en el mundo musulmán, demoníaco en la oscura Edad Media, el gato no encontró hasta el siglo de las luces comprensión definitiva. Desde entonces protagonizó cuentos infantiles, tebeos y comedias musicales, representó sutilezas de la mujer fatal y los escritores franceses lo adoptaron como genio tutelar. Anatole France lo declaró ''príncipe somnoliento de la ciudad de los libros''Los gatos siempre caen de pie, don o baraka que les concedió el Profeta por la lealtad de su gata Mueza. El gato es, según la greguería, ''máquina fotográfica del misterio''. Richolino fue un gato dócil e independiente, jugador y poltrón, doméstico y aventurero. Como en el vida más sedentaria hay al menos siete vidas de ensueño, fue pianista en Nueva Orleans, pintor bohemio en París, espía en Casablanca, espadachín maragato... En realidad su misión en esta novela es ser un ''troyano'' que tira del hilo y desovilla las memorias de Elvira, una joven narradora, que evoca su gatinfancia para descubrir el verdadero sentido de su niñez —in cato, veritas—las peripecias familiares, los primeros amores, la adolescencia contradictoria, las inciertas galerías de la personalidad, en fin, la odisea de abandonar ítaca y hacerse mayor. Richolino, algo borgiano a ratos, es el timonel de esa incierta travesía hasta salir a mar abierto porque sus misteriosas pupilas registran lo que hay de permanente en los fugaz.