Cuando los niños del barrio se portaban mal, los padres los amenazaban con un hombre de diferentes nombres: El Viejo de la Bolsa, El Cuco, el tipo que cocinaba a los niños en una olla. Para algunos, el linyera, el borracho, el violador del barrio.Para otros, un indigente.Para muchos, simplemente un perro.Quienes no lo conocían lo juzgaban por su zaparrastrosa apariencia. Era parte de un mundo indiferente, en un barrio en el que nadie se preocupaba por escuchar lo que él tenía para decir. Era común, en cambio, escuchar a un tipo de saco y corbata, sin importar lo que dijera. Lo que importaba, tal vez, era el saco y la corbata.Tan solo para nosotros, Jorge Casal fue alguien diferente. No solo porque hablaba y nos aconsejaba desde que éramos niños. También nos vigilaba cuando por las noches llegábamos a casa. Eso era, un guardián. Un ángel solitario y alcohólico cuya arma de protección más importante era su encomiable espíritu. Ese título de guardián fue y será pesado para nosotros.Su larga cabellera, su abundante barba y su insoportable aroma a vino barato, generaban una apariencia temible que asustaba a cuanta persona pasaba cerca. Su aspecto era hostil y amenazante para muchos, pero nunca para nosotros.
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